La palabra japonesa chikaku, a menudo traducida como “percepción”, es un compuesto de dos caracteres: chi [conocimiento] y kaku [sensación]. Chi tiene un significado lógico, como cuando forma parte de la palabra chie o “sabiduría”. Kaku se utiliza para crear la palabra kankaku o “sensación”. La combinación de ambos elementos, chi y kaku, tiene como resultado una única palabra, chikaku, que representa tanto el pensamiento como la sensación. Chikaku ha sido siempre una palabra con dos significados diferentes.
Este es el título de la muestra que el MARCO de Vigo presenta en exclusiva para España; una exposición que analiza la evolución del arte japonés de los últimos cincuenta años, con obras procedentes de diversos ámbitos creativos y en distintos soportes: pinturas, esculturas, instalaciones, fotografías, vídeos, cine y arquitectura. Todo esto la convierte en la más importante muestra colectiva de arte japonés contemporáneo realizada hasta ahora en nuestro país, con una selección de obras de 16 artistas de distintas generaciones, y con un especial enfoque que toma como base tres conceptos: las formas de percepción, el sentido del tiempo, y las estructuras de la memoria.
Desde finales del siglo XIX, tras casi 300 años de aislamiento, Japón se embarca en una carrera de modernización extremadamente acelerada. El importante crecimiento alcanzado durante tres periodos clave –la reconstrucción social de la posguerra en los años 50, el rápido crecimiento económico de los 70 y la revolución de las tecnologías de la información en los 90– lo han convertido en un país vanguardista que destaca por su poderío económico y su desarrollo tecnológico.
La rápida salida de la cultura japonesa de su aislamiento histórico hace que se vea marcada por una forma extraordinariamente diferente de entender la existencia. El arte japonés contemporáneo se crea bajo la influencia de la modernización y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, y a pesar de estos cambios vertiginosos, los japoneses todavía conservan su propio estilo de vida con hondas raíces físicas y culturales; la confrontación entre el mundo de los valores tradicionales y el de la modernidad más futurista aparecen reflejados en las obras de los principales artistas de este país.
Tradicionalmente, la mirada del mundo occidental sobre un país tan fascinante y contradictorio como Japón no ha estado exenta de visiones tópicas e incluso míticas. Junto a la gran cantidad de comentarios sobre su éxito económico y diferencias culturales en general, lo cierto es que nuestro conocimiento sobre otros aspectos de la cultura japonesa es a menudo fragmentario y demasiado condicionado por ciertos clichés.
Al tiempo que se analizan estos temas fundamentales en la evolución del arte japonés de los últimos cincuenta años, se exploran nuevas dimensiones de la actividad artística. Así, la exposición intenta volver a analizar los valores estéticos occidentales, a reconsiderar el significado del arte en el siglo XXI, y a identificar nuevas posibilidades para el arte japonés en el complejo marco de la vida contemporánea, especialmente a la vista de las recientes transformaciones artísticas en los sistemas de comunicación y multimedia, y del papel de los avances tecnológicos, cada vez más presentes en nuestra vida diaria.
El período que abarca la muestra, desde los años cincuenta hasta nuestros días, ofrece por sí sólo una gran variedad de obras, en un intento por identificar y establecer nuevos nexos de unión entre diferentes generaciones y ámbitos creativos: desde los históricos fotógrafos Taro Okamoto, Takuma Nakahira y Daido Moriyama, hasta el joven Motohiko Odani con sus espectaculares instalaciones que parecen restos abandonados en un paisaje postnuclear, pasando por los internacionalmente reconocidos Hiroshi Sugimoto –que en sus fotografías investiga de manera muy personal el tiempo y los recuerdos– Yayoi Kusama, que sorprende por el barroquismo formal de sus piezas, tan alejado a priori de la percepción japonesa, y Yutaka Sone, que inventa lugares cargados de poesía que ni siquiera existen.
Hay artistas que reinterpretan la tradición, como Rieko Hidaka –que en sus delicadas pinturas une la precisión del dibujo a lápiz con la pintura japonesa Nihonga– las de Yoshihiro Suda, experto en la talla tradicional en madera, que reproduce meticulosamente plantas de jardín a tamaño natural; o Tetsuya Nakamura, cuyas enormes esculturas de formas caprichosas representan bañeras y lavabos que en realidad no funcionan, pintadas con esmaltes tradicionales japoneses. Por otra parte, sorprende el uso de las nuevas tecnologías en la obra de Hiroyuki Moriwaki, que crea objetos de luz “vivientes” e interactivos, que brillan o se atenúan cuando las personas se acercan, un comportamiento determinado por la percepción que los japoneses tienen de la naturaleza. Miwa Yanagi se sirve también de las tecnologías digitales para explorar nuevas dimensiones del tiempo y de los recuerdos, aunque con resultados bien diferentes. A medio camino entre la instalación y la performance se sitúa Emiko Kasahara, que realiza estudios sobre el cuerpo y de género a través de sus piezas.
La muestra incluye vídeos tan diferentes como los de Takashi Ito –un conjunto de películas y vídeos experimentales que llevan al espectador por un laberinto en su retina– o la obra de la cineasta vietnamita Trinh T. Minh-ha, única artista de la exposición no nacida en Japón, que en su película The Fourth Dimension [La cuarta dimensión] nos muestra su propia visión sobre el país y sondea las profundidades de la vida cotidiana japonesa, desde una perspectiva totalmente alejada de cualquier estereotipo.
Respecto al montaje, se ha cuidado especialmente la presentación de las obras en sala, con una distribución espacial diseñada para la ocasión por el arquitecto Makoto Sei Watanabe, que en esta exposición desempeña un doble papel: como arquitecto encargado de su diseño, y como artista participante. En su texto para el catálogo, el propio Watanabe describe las soluciones ideadas para potenciar al máximo la capacidad de percepción de los espectadores, que tienen como elemento más destacado su intervención en el panóptico central:
“Mi objetivo era que todas las salas de exposición fueran visibles para el visitante que contemplase el espacio. Por ello decidí simular una abertura en las paredes para que el público pudiese ver una representación de las salas situadas detrás. Este trompe l’oeil diluye la presencia de los muros y como resultado surge una perspectiva que se expande radialmente como en los planos originales. Así renace un mecanismo del pasado que se había olvidado; el mecanismo de evocar chikaku”.