“MULLERES DO SILENCIO”
De Maruja Mallo a Angela de la Cruz
La historia del arte occidental ha ido construyendo durante siglos sus propios códigos, favoreciendo el protagonismo de la figura del creador masculino y excluyendo a las mujeres de los principales movimientos que conforman la historia del arte occidental.
Esta visión de la historia del arte como un discurso parcial y sesgado fue investigada por historiadoras como Linda Nochlin que en 1971, en el ya considerado texto fundacional de la crítica artística feminista, se preguntaba “¿Por qué no ha habido a lo largo de la historia grandes mujeres artistas?”. Con ello no hacía más que plantear en el territorio artístico una cuestión que se podía aplicar a cualquier otro ámbito social o cultural. La inexistencia de mujeres artistas no era consecuencia de su propia naturaleza, sino del papel que a lo largo de la historia le había asignado la sociedad.
De esta manera, será a partir de los años setenta del pasado siglo cuando se inicie la construcción/reconstrucción de una historia paralela que ponía en tela de juicio la propia historia del arte y su valoración del trabajo de las mujeres artistas, relegadas a ser meros objetos en lugar de sujetos activos.
En España esta construcción/reconstrucción, ese emprender el camino hacia la historia del arte feminista se iniciará a comienzos de los años ochenta del pasado siglo. En 1984 la Universidad Autónoma de Madrid, en su seminario de Estudios de la Mujer, organiza unas jornadas, cuyas actas fueron publicadas bajo el epígrafe La imagen de la mujer en el arte español, y que iban a ser el primer intento de acercarse al estudio de mujeres artistas en España.
Seguiría en 1987 el libro La mujer y la pintura en el XIX español: tesis doctoral de Estrella de Diego, una de las más sólidas e importantes investigadoras y estudiosas del papel de la mujer en la creación artística en España. Será ya en la década de los noventa cuando el acercamiento feminista a la historia del arte se “normalice”: en 1992 se traduce el libro de W. Chadwick Mujer, Arte y Poder; se publica El andrógino asexuado de Estrella de Diego, y comienzan a realizarse exposiciones en torno a la recuperación y revisión de la obra de mujeres artistas —“100 %”, “Territorios indefinidos” (1995); “El rostro velado” (1997); “La batalla de los géneros” (2007)— y a publicarse trabajos como Bajo vientre (1997); Apariencia e identidad masculina, de la Ilustración al Decadentismo (1996) de Carlos Reyero; o Historias de Mujeres, historias del arte (2003) de Patricia Mayayo.
En Galicia ese acercamiento feminista a la historia del arte, o esa revisión de lo ocurrido con el papel cumplido por las mujeres a lo largo del siglo XX, tiene sus primeras referencias en las Bienales de Artistas Galegas (1987, 1990, 1994 y 1997) organizadas por el colectivo Alecrín que empezaron a sacar a la luz el trabajo exclusivo de mujeres, a la que le siguieron exposiciones como “Presente Plural” (1994); “A arte inexistente” (1995); “Nos-outras. Pintoras, poetas e orgullo de ser muller” (1997); “Clónicas” (2004); “Marxes e mapas” (2008); “Generosas y fuertes” (2009); “Artistas. Proxectos de visibilización”, “Elas fan tech” (2013). En el aspecto documental cabe destacar la importante aportación del reciente informe Arte+Mulleres. Creadoras galegas (2015) realizado por el Consello da Cultura Galega y dirigido por Mª Luisa Sobrino, donde se revisa pormenorizadamente el protagonismo de las artistas en Galicia en diferentes ámbitos, entre los años 1990-2013. Sus conclusiones desvelan que a pesar de lo avanzado en el terreno de la promoción y difusión de las artes plásticas, las cifras de la desigualdad entre artistas mujeres y hombres en Galicia siguen siendo una realidad, o lo que es lo mismo la constatación de que “el reconocimiento artístico femenino sigue siendo minoritario con respecto al de los hombres” [1] .
Es evidente que desde la década de los noventa, la presencia y el papel cada vez más activo de las mujeres en el arte constituye una realidad en un mundo globalizado y por supuesto, en el mapa de la creación artística en Galicia. Pero si también en Galicia podemos hablar en este momento de igualdad e incluso de mayor presencia entre mujeres y hombres en términos de formación, el reconocimiento del trabajo y por tanto, el posicionamiento dentro de lo que constituye el entramado del sistema artístico, sigue siendo minoritario con respecto al de los hombres. Sin ir más lejos, los porcentajes de matriculación entre mujeres-hombres en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra desde su creación en el curso académico 1990/91, siempre han estado en una proporción cercana al 70%-30%, incluso en los estudios del tercer ciclo, aunque este acceso mayoritario a la formación y por tanto a la obtención, casi siempre con calificaciones más brillantes, de una cualificación específica, no se equipara con el protagonismo que alcanzan en el mundo profesional.
Su presencia en las exposiciones temporales de relevancia, colecciones de arte, programación de galerías o repercusión mediática sigue siendo escasa. Valgan como ejemplo algunos datos aportados por un informe realizado por la asociación profesional MAV (Mujeres en las Artes Visuales) publicado en el año 2014: las mujeres protagonizaron sólo el 20% de las 973 exposiciones que se organizaron en España durante los últimos diez años, y solamente el 13% de las artistas españolas figuran en las colecciones permanentes de los museos de arte contemporáneo de este país. Más recientes son los datos que la misma asociación aporta sobre la presencia de las artistas en la feria ARCO 2016, donde el número de mujeres representadas fue de 945 frente a un total de 2.741 hombres. En Galicia, y siguiendo el informe Arte+Muller. Creadoras galegas [2] , los datos de participación femenina en exposiciones colectivas durante el período 1990-2013 en diferentes centros y museos, oscilan entre el 17% y el 30%. Con respecto a las exposiciones individuales, las conclusiones son contundentes: “cuanto mayor relevancia y legitimación tienen los espacios y las instituciones menor presencia tienen las mujeres artistas”.
Por ello, y tal como afirmaba Rosa Olivares en el editorial del monográfico Feminismo y arte de género publicado por la revista Exit [3] , “parece que todavía el feminismo sigue siendo necesario y no sólo como movimiento radical, sino como un campo de estudio, un campo que se ha expandido en los estudios de género y que nos plantea aún más preguntas por responder”. Cuestiones que nos deberían permitir ahondar en lo que significa ser creador, pero añadiendo que en el caso de las mujeres, como afirma la historiadora Patricia Mayayo, “no desde fuera de la cultura, sino que se han visto abocadas a trabajar dentro de esa misma cultura pero ocupando una posición secundaria, muy distinta a la de los artistas varones”.
Todo este escenario es el que casi dos décadas después, nos ha llevado a plantear una relectura actualizada de “A Arte Inexistente”[4] . Desde la perspectiva del tiempo transcurrido, nos situamos en el espacio histórico-temporal de las primeras décadas del siglo xxi para, más allá de constatar las ausencias, intentar construir contextos, visualizar relatos, protagonismos y visiones más amplias sobre las aportaciones y el papel que cumplieron algunas artistas en la historia de la creación plástica de la Galicia contemporánea. Tomando como referente el acceso a una formación académica que les permite afianzar su carácter profesional, la exposición recorre diferentes generaciones de artistas hasta llegar a aquellas creadoras que pueden realizar por primera vez sus estudios superiores en Galicia, tras la creación da Escuela de Bellas Artes de Pontevedra en 1990.
Desde el punto de vista estructural, la exposición se organiza en cuatro ámbitos donde se ha buscado analizar y profundizar en los contextos en los que estas artistas han trabajado, haciendo hincapié en cuestiones como su insignificante protagonismo en los movimientos de vanguardia anteriores a la Guerra Civil, la posguerra y la obligada emigración hacia otros centros artísticos fuera de Galicia, la llegada de la democracia y el impulso dinamizador que van a conocer las artes plásticas en Galicia y finalmente, los nuevos escenario formativos en los que nuestras artistas comenzarán sus trayectorias en los inicios del siglo xxi.
Las primeras décadas del siglo xx marcan el nacimiento de dos artistas: Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902 - Madrid, 1995) y Julia Minguillón (Lugo, 1906 - Madrid, 1965), dos pintoras radicalmente diferentes en la manera de concebir tanto su vida personal como artística, pero con una clara conciencia de lo que significa ser profesional. Ambas se formarán en la madrileña escuela de Bellas Artes de San Fernando, si bien sus mundos creativos serán opuestos: la adhesión a los postulados del surrealismo y una actitud innovadora y rupturista, frente a unas concepciones vitales y artísticas de corte más tradicional y academicista. Dos líneas que se establecerán en los años posteriores a la Guerra Civil desde el exilio y el “regreso al orden” del nuevo régimen. Junto a ellas, Mª Carmen Corredoyra y Ruiz de Baro (A Coruña, 1893-1970) y Dolores Díaz Baliño (A Coruña, 1905-1963), se convertirán en las dos primeras mujeres artistas miembros de número de la Real Academia Galega de Belas Artes al ser nombradas en el año 1938.
Tras la Guerra Civil y el exilio posterior de buena parte de los artistas gallegos, fundamentalmente a América, las décadas siguientes marcarán una etapa de penuria y aridez creativa que provocará la salida de nuestras artistas fuera de Galicia, buscando en un ambiente de mayor libertad la oportunidad de poder formarse profesionalmente y conocer nuevas tendencias y lenguajes creativos. Algunas de ellas la plasmarán en una pintura de territorios de intimidad como la de Mª Victoria de la Fuente (Vigo, 1927 – Madrid, 2009) y Mª Elena Fernández-Gago (A Coruña, 1940-2011); en los lenguajes abstractos de Fina Mantiñán (A Coruña, 1932) y Beatriz Rey (A Coruña, 1940); en la figuración ingenuista y popular de Mª Antonia Dans (Oza dos Ríos, A Coruña, 1922 - Madrid, 1988); o en la más expresionista de Mercedes Ruibal (San Andrés de Xeve, Pontevedra, 1928 - Vigo, 2003), sin olvidar la innovación que Elena Colmeiro (Costela, Silleda, Pontevedra, 1932) traslada a un medio “tradicionalmente” femenino como es la cerámica. A partir de los años setenta, otra mujer evolucionará también desde la cerámica hacia el lenguaje tridimensional, Soledad Penalta (Noia, A Coruña, 1943). Igualmente la cerámica será el punto de partida para María Xosé Díaz (Catoira, Pontevedra, 1949).
La progresiva renovación que las artes plásticas tuvieron en España desde comienzos de los ochenta fue la respuesta a la necesidad del cambio cultural que la sociedad española demandaba tras la llegada de la democracia. Estos años supondrán también, para las artes plásticas gallegas, el inicio de una dinamización que las pondrá en sintonía con las búsquedas e inquietudes de otros ámbitos tanto creativos como geográficos: desde los nuevos lenguajes del grupo Atlántica, en los que se integra como única mujer Menchu Lamas (Vigo, 1954), presenciamos un número cada vez mayor de mujeres artistas en un tiempo marcado por la creación y demarcación de territorios individuales, en los que también algunas, como Rosalía Pazo Maside (A Estrada, Pontevedra, 1956), comenzarán a indagar sobre la cuestión de la identidad. Berta Cáccamo (Vigo, 1963) y su pintura de vocación abstracta trabajada en veladuras y campos de color; el simbolismo poético y minimalista de Pamen Pereira (Ferrol, 1963); el triunfo fuera de su tierra de la renovación del territorio pictórico de Angela de la Cruz (A Coruña, 1965); o la pluralidad en las relaciones sensoriales, cromáticas y espaciales de Mónica Alonso (A Fonsagrada, Lugo, 1970), son algunos de los ejemplos de esta continua investigación de los caminos del lenguaje plástico.
La década de los noventa va a iniciarse en Galicia con dos nuevos e importantes referentes en la normalización y difusión del arte contemporáneo: la creación de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra (1990) y la puesta en funcionamiento del CGAC, Centro Galego de Arte Contemporánea (1993). A un escenario que propiciará el mayor acceso del público a exposiciones de carácter internacional y la inclusión de Galicia dentro de los circuitos del arte contemporáneo, hay que añadir la presencia de una nueva generación de artistas formadas en su tierra. Almudena Fernández Fariña (Vigo, 1970) y Tatiana Medal (A Coruña, 1971) pertenecen a la primera promoción de artistas formadas en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra, donde se licencian en 1995, siendo incluidas en una exposición de referencia obligada para esa primera generación, “30 anos no 2000. Artistas galegos para un cambio de milenio”. El medio pictórico, bien desde la constante reflexión sobre la pintura y sus límites de Fernández Fariña, o desde la creación de estructuras geométricas y espacios abstractos de Medal, serán los contextos creativos de estas dos mujeres artistas que empiezan su trayectoria en el comienzo del siglo xxi.
Es evidente que en este siglo xxi tenemos ya asumido que el arte y su práctica no tienen género, aunque más complejo parece poder aplicar este criterio cuando hablamos del armazón del sistema artístico, que sigue marcando en todas sus facetas lo femenino como “algo diferente” y por tanto, muchas veces puesto en cuestión. ¿Será esa la razón para que todavía hoy tengamos que hablar de algunas de nuestras artistas como Mulleres do silencio?
Rosario Sarmiento
Comisaria de la exposición
[1] Arte+Mulleres.Creadoras Galegas. Sección de Creación e Artes Visuais Contemporáneas. Mª Luisa Sobrino Manzanares (ed.) Consello da Cultura Galega, 2015
[2] Op. cit, 2015
[3] OLIVARES, R. Barbie en el país de las maravillas. Feminismo y arte de género. Exit Book, nª8, 2008
[4] A Arte Inexistente. As artistas galegas do século XX. Santiago de Compostela, Auditorio de Galicia, 1995