“En el discurso infatigable del arte contemporáneo encontramos toda clase de ditirambos y loas en los que los artistas y los comisarios de exposiciones son, evidentemente, los principales destinatarios. No falta, obviamente, una verborrea ‘contextualizadora’ que, especialmente, demuestra la potencia hipnótica del museo y, con frecuencia, surgen consideraciones entre integradas y apocalípticas en relación con el mercado. De todos los factores del sistema del arte uno de los más olvidados es, ciertamente, el del coleccionismo privado. Y, sin embargo, resultaría casi imposible que la dinámica artística siguiera su curso, por cambiante y raro que este sea, sin contar con sujetos que deciden, por razones de muy distinta índole, adquirir un cuadro, una escultura, un vídeo o una fotografía. Tengo la impresión de que no se trata únicamente de que el coleccionista sea el gran desconocido sino que, en buena medida, se piensa que es una suerte de ‘mal necesario’. (...)
Ni siquiera la llamada teoría institucional del arte analiza, con propiedad, el papel del coleccionista que no es, únicamente, aquel que compra uno o dos cuadros para decorar su casa o un despacho sino que puede ser alguien poseído por una pasión tal que llegue a acumular cantidades sorprendentes de obras de arte. Un comisario como Robert Storr comenzaba una conferencia en la que ‘explicaba’ su idea de Bienal, siendo responsable del canónico evento de Venecia, recordando un salón en el que contemplaba extasiado obras de los grandes maestros de la vanguardia. Para el común el sitio ideal donde se encuentran con el arte es el Museo cuyo patrimonio siente, en cierta medida, como algo propio.
‘PASIONES PRIVADAS, VISIONES PÚBLICAS’ surge a partir del interés del MARCO de Vigo por rendir testimonio de la importancia de las colecciones privadas gallegas. Al estudiar algunas de las más importantes se comprueba, rápidamente, que en sus fondos se encuentran obras de excepcional calidad y en cantidad tal que podrían hacerse numerosas muestras con perspectivas variadas. Aunque en esas colecciones domina la pintura no faltan excelentes esculturas y también está bastante presente el lenguaje de la fotografía contemporánea; el vídeo tiene una presencia casi marginal poniendo de relieve que todavía es bastante difícil para el coleccionista privado asimilar ese tipo de producciones en el seno de sus específicos proyectos de colección. En todos los casos se trata de colecciones privadas que desbordan lo que serían las necesidades, por decirlo sin mayores rodeos, decorativo-domésticas. Cuando se acumulan, como sucede en estos amantes gallegos del arte, más de cien piezas —algunas de ellas con formatos propios ‘de museo’— queda claro que eso que anteriormente califiqué como veneno ha pasado a formar parte del organismo del coleccionista.
Charlando con los propietarios de las obras comprobé que el arte es, en todos los casos, una parte crucial de sus vidas. Siguen la actualidad artística con una intensidad y un conocimiento de causa superior al de muchos críticos desganados o pura y llanamente mercenarios, viajan a distintas ferias de arte, recorren el escenario de las bienales y, sobre todo, han llegado a establecer relaciones de complicidad con ciertos artistas. No responden al estereotipo, gestado especialmente a finales de los años ochenta, del comprador de arte obsesionado por la especulación, antes al contrario, sus actitudes están más cerca de las del ‘mecenas’ y, por supuesto, la de sujetos que con pasión y sentido crítico buscan minuciosamente las piezas que desean para sus colecciones que son works in progress.
En una época en la que hay ready-mades en todas partes, la pasión del coleccionista es la de encontrar lo único, aquello que no puede dejar de ser suyo. Cada colección es, en buena medida, autobiográfica, responde a prejuicios, obsesiones y pulsiones que no pueden ser fácilmente desveladas. La compra de una obra de arte reconduce al ámbito de lo privado, esto es una obviedad, aquello que al exponerse conseguía visibilidad. El proyecto del MARCO a partir de colecciones privadas gallegas reenvía a la caja blanca lo que estaba fundamentalmente almacenado o colocado en ámbitos familiares. Se trata, por tanto, de una oportunidad para el reconocimiento cultural tanto del papel del coleccionista particular cuanto la concreción de un gesto de generosidad por parte de los propietarios de unas piezas que abren al público más amplio la posibilidad de gozar y pensar en torno a lo que ellos marcaron previamente con la pasión de su mirada. Obras magníficas de artistas como David Salle, Francisco Leiro, Bernardí Roig, Antonio Murado, Martin Kippenberger, Chelo Matesanz o Baltazar Torres, entre casi un centenar de piezas, ofrecen al público un mapa fragmentario pero muy intenso de los planteamientos creativos contemporáneos. El museo no es solamente un lugar de distracción, una pieza de la movilización general turística, sino un espacio privilegiado para establecer relaciones articuladas de lo público con lo privado, donde la mirada del coleccionista, la selección curatorial y el juicio del espectador puedan establecer aproximaciones enriquecedoras”.
Fernando Castro Flórez
Comisario de la exposición