METRÓPOLIS. Perspectiva urbana del arte gallego
“Con motivo do 90º aniversario da estrea do filme Metropolis de Fritz Lang no desaparecido cine Odeón, Vigo volve a vista atrás na procura dun momento clave da súa historia, aquel en que pasado, presente e futuro se deron a man e camiñaron xuntos, fundidos nunha perfecta e elegante harmonía coñecida como art déco, o estilo que soubo combinar, coma ningún outro, o clásico co ultramoderno.
O estilo art déco (abreviatura de arts décoratifs) comeza a abrollar cando murchaba o art nouveau, coincidindo así no tempo o outono dun coa primavera do outro, alá polo 1910. Pero será nos “felices anos vinte” cando o movemento alcance o seu cénit. E, malia a súa denominación francesa, a corrente artística conquista o mundo enteiro, sendo na outra beira do Atlántico, na adiñeirada sociedade norteamericana, onde o estilo logre rañar o ceo.
De gran poder evocador, o art déco é, aínda hoxe, sinónimo de luxo e esplendor. Capaz de resistir o dramático crac do 29, a devastadora Gran Depresión posterior e unha cruenta e longa Segunda Guerra Mundial, o posmodernismo do último cuarto do século XX arrincouno da súa elegante e sofisticada languidez, vivindo diferentes revisións, algunhas tan hiperbólicas como o neo-déco dos oitenta. E así ata chegar aos nosos días, cando asistimos novamente ao renacer dun estilo que, precisamente por inspirarse nos clásicos, xamais pasará de moda.
FOTOGRAFÍA HISTÓRICA GALLEGA
El país como escenario
Galicia e as súas xentes serán escenario e protagonistas, durante os anos vinte e trinta, da mellor e máis emblemática produción dalgúns dos principais fotógrafos históricos, tanto galegos como estranxeiros.
A Galicia urbana e máis a rural, coas súas respectivas actividades económicas e sociais. Documentos históricos e artísticos a partes iguais, que alcanzan a categoría de verdadeiros superviventes cando falamos de copias de época, positivos saídos directamente do primitivo laboratorio fotográfico e que contaron co visto e prace do artista.
Fotografías artísticas de reducidas dimensións, na maioría dos casos, pero cunha gran calidade, que podían ser enviadas como postais ou, simplemente, coleccionadas. Mais tamén atopamos outras de maiores dimensións, que foron concibidas xa como auténticas obras de arte, capaces de competir nos fogares máis acomodados, por exemplo, cos seus tradicionais óleos e acuarelas.
Escenas que ofrecen unha visión romántica da vida no noso país durante o período de entreguerras, non sempre exenta dunha velada crítica social”.
SANTIAGO MONTES. Rara avis
“En peligro de extinción, la coherencia juega un papel esencial en la trayectoria profesional de Montes. Sacrificio, entrega, sufrimiento, soledad, incomprensión, abandono, ayuno… son solo algunos de los duros retos, de las ingratas consecuencias que tendrá que afrontar quien, desde su propia encrucijada, opte por esta angosta senda.
Por eso, la congruencia es hoy una espantada rara avis sobrevolando nuestra hedonista e infeliz sociedad. Su anacrónico espíritu de anacoreta parece necesitar también, como aquellos monjes de los primeros tiempos del cristianismo, el silencio absoluto, la oscuridad más intensa, antes del rompimiento de gloria y la música celestial.
Energía cohesiva
Del análisis cromático de sus pinturas se desprende el equilibrio, la armonía de una orquesta bien afinada, donde cada instrumento trabaja según su partitura, aplaudiendo el público el trabajo cohesivo, la ejecución sinfónica.
Fragmentos orbitando dentro de su campo gravitacional, soportes que ilusoriamente delimitan un espacio infinito. Mas, los propios cuadros son, a su vez, retazos sometidos a los designios de un sabio y justo demiurgo —en realidad, una diosa, protectora de las artes y la literatura, la misma que le regaló a la ciudad su primer olivo, y que goza de criselefantino retiro recluida en la cella de un sobrio e imponente templo dórico, recortado su perfil contra un cielo radiante allá, en lo alto de la acrópolis.
Universo en expansión
Acostumbrado a la manejabilidad del lienzo de pequeño formato y a la eficacia del acrílico, las obras de Montes logran, a partir de la introspección, convertirse en pasos fronterizos hacia un universo en expansión, al tiempo que revelan esa gestualidad desbocada que sucede a la meditación.
Reflexión previa al trance que multiplica una energía canalizada entonces a través de la brocha y el pincel. Alternancia de fuerzas centrípetas y centrífugas en busca de un equilibrio cósmico que trasciende el límite de los cuerpos.
Musicalidad
Melómano empedernido, las abstracciones de Montes pueden ser leídas como auténticas partituras cromáticas. Una armonía pictórica que esconde esa melodía que solo puede ser oída cuando nuestra mente prescinde de toda referencia espacio-temporal.
Y quizás fuese el pánico a perder ese asidero, a presenciar la demolición de toda construcción mental, la aterradora perpetuidad, lo que llevó a algún crítico a entrever, en el margen inferior de sus pinturas, el diluido recuerdo de la mesa, recurso espacial y compositivo para la figuración en sus ya clásicas naturalezas muertas.
Dual y bipolar
La dualidad sobre la que se construye la producción más reciente de Montes genera en el espectador cierta atracción desasosegante de la que non es fácil zafarse. Aquella melancólica quietud tan característica que envolvía sus brumosos bodegones, el magistral dominio de una perspectiva aérea que alcanza a ver lo invisible, dio paso hoy a una guerra sin cuartel, una lucha titánica que enfrenta al artista con sus propias limitaciones físicas y espaciales.
Una obra que es escenario, campo de batalla de esa pugna por la supervivencia, y el lugar al que se acerca el espectador, a modo de forense que recopila las pruebas incontestables que instruirán el juicio artístico definitivo.
Dualidad de una obra oscura mas tremendamente transparente, compleja y sumamente evidente. En cada trazo resplandece todavía el filo de un cuchillo que engendra y aniquila. Los gritos y sollozos, los lamentos, los gemidos y rugidos, estertores todos sobrevolando el fragor del combate. El rumor antes del silencio. La calma tras la tormenta. El campo arrasado. Vacío. Música. Equilibrio de fuerzas. La partida de ajedrez consigo mismo. Jaque al rey. El enemigo atrapado en el fondo de su cabeza. Jaque mate. Asesinato con tintes de suicidio.
Dualidad devorada por una visceral bipolaridad. Gemelos metamorfoseando en siameses. Dentro. Muy adentro. Extracción y biopsia. Canibalismo. Destruir para crear. Destrucción creadora. Ave fénix. La ceniza de un cigarro. La vida consumiéndose lentamente, en solitario. Resurrección y triunfo. Inmortalidad. La obra que nos sobrevive. La prueba de vida. Solo ella hablará de nosotros cuando estemos muertos. La vida como una efímera oportunidad para crear trascendencia.
La importancia del color
El color en la obra de Montes resultará capital. Extraordinario dibujante, el artista abandona progresivamente la línea para conquistar una libertad compositiva donde el color es protagonista. Colores únicos e irrepetibles, soñados por la infatigable mente del pintor y nacidos en la intimidad de un estudio donde la fortuna del privilegiado visitante descubre, como en una revelación, la verdadera dimensión de este creador.
Porque, a través del aparente caos, de la explosión incontrolada, subyace el riguroso y calculado estudio arquitectónico, el juego de pesos y contrapesos, el reparto de fuerzas y presiones que cada color individualmente ejerce. Pues toda gran construcción aspira a perdurar, a sobrevivir a su artífice, a la inmortalidad”.
Rubén Martínez Alonso
Comisario de la exposición