LA SUERTE Y EL AZAR. Una aproximación al proyecto Femme fatale-amores platónicos
“No le preguntes a un filósofo por la suerte, no te contestará, quizás sí a algo con lo que la solemos identificar: el azar. Te pondrán el ejemplo del tiesto que cae a tu paso. Del azar sí hablaba Aristóteles refiriéndose a él como una parte inescrutable de la existencia humana que tiene que ver con aspectos coyunturales o accidentales que nos ocurren en nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, el azar no es tan popular como lo es la suerte. La buena o la mala suerte está presente habitualmente en nuestro vocabulario cotidiano y solo con su oportuna mención, a menudo damos respuesta a nuestro recorrido vital, incluso opinamos, sin la menor duda, sobre lo acontecido a los otros. Quizás la suerte tiene que ver con una especie de valoración personal de la propia existencia, con la convicción de que las circunstancias que la provoca han sobrevenido como regaladas contribuyendo así a la felicidad o, por qué no, a la desgracia. Aquí, la pregunta es si la suerte está en lo que se tiene o en lo que se desea.
En esa búsqueda que explicara el misterio que la acompaña, un enlace en internet me llevó a una página titulada “femme fatale”, y por ella descubrí “Justice & Police Museum”, otra página, ésta relacionada con la historia de Sidney. Ahí estaban las imágenes de los archivos de los años veinte del siglo pasado de lo que denominaban “women prisoner”. Decenas de fichas policiales, en que los rostros de mujeres de todas las edades fotografiados con una inquietante y desgarradora nitidez, acompañados con un escueto texto, su ficha policial, que nos narra su delito, dejaron en mí una profunda huella, un interés que me gusta definir como un amor platónico por cada una de ellas, y que me llevaron a un compromiso personal, el de contar otra historia sobre ellas, que lejos de concebirla como ficticia la imaginé como posible si la “buena suerte” hubiese aparecido en sus vidas. No podía ser que esos rostros, fotografiados en ese preciso instante, quedaran como única muestra de su paso por la increíble vivencia anónima que cada ser humano ha aportado en su tránsito por nuestra historia.
Femme fatale-amores platónicos es una serie de nueve obras de 180x150 cm realizadas sobre papel con técnica mixta (acuarela, carbón, grafito o collage) que une, en este caso, mi trabajo como artista plástico al de escritor “oculto”, nueve relatos cortos que acompañan de una forma indivisible a cada una de las obras hasta formar un todo. Para su realización, ha habido dos únicos condicionantes para que conceptualmente el relato se ciñera a la idea germinal; el nombre y la imagen fotográfica del rostro de cada una de ellas. Mary Harris, Eileen O’Connor, Jean Wilson, Alice Clarke, Dorothy Mort, Clara Randall, Phyllis Carmier “HUME”, Nellie Cassidy y Annie Gunderson, son mis amores platónicos, las protagonistas de este trabajo. En su elección ha primado lo que cada uno de sus rostros me ha inspirado, rostros cansados, tristes en muchos de los casos, todos ellos transmitiendo la idea de que la mala suerte les ha vencido.”
Eduardo Gruber
UN INSTANTE CREACIONAL
“Jan Asselijn y Carl Orff no tienen nada en común. Jan fue un pintor barroco holandés del siglo XVII, mientras Carl Orff fue un compositor alemán del siglo XX perteneciente al neoclasicismo musical.
A los artistas se les recuerda, básicamente, por el legado que dejan con sus obras. Son los ajenos los que, usando su sensibilidad como llave, hacen que la obra se convierta en inmortal. Quizás ambos artistas sí tengan una cosa en común; son artistas de una sola obra. En realidad, sabemos que ambos tienen una extensa obra detrás pero, mientras que a Jan Asselijn se le reconoce por el magnetismo de su cuadro Cisne amenazado, Carl Orff tiene en Carmina Burana su alter ego, su igual, casi su seudónimo.
Recuerdo una visita, hace años, al Rijksmuseum en Amsterdam, era una visita con una razón fundamental: ver con detalle Early Age, un autorretrato de Rembrandt joven para hablar de él en un capítulo de la novela El devorador íntimo que estaba escribiendo en ese tiempo, y como suele ocurrir cuando visitas un museo, sin saber bien por qué, me encontré absorto contemplando el cuadro Cisne amenazado, convirtiéndose en ese instante en uno de mis cuadros favoritos y desde ese día, la imagen de ese poderoso cuadro está, entre recortes y apuntes, en la pared de un rincón del estudio.
Todo lo que te rodea en el taller, todo, te influye de un modo u otro en tu trabajo. Hace dos años mis ojos repararon, con una mirada diferente, en el cisne, y siguiendo al pie de la letra una premisa que marca mi trabajo; “si tienes una buena idea y la puedes hacer, ¡hazla!”, lo hice. La idea inicial fue realizar una escultura a tamaño natural, como está pintado en el cuadro, del Cisne amenazado. En el mundo del arte, o mejor, en el mundo de los artistas, las casualidades, a menudo, influyen de forma importante en el resultado final de la obra, y este es un buen ejemplo de ello. Pintar acompañado de música es frecuente en los talleres. Ese día se alinearon, como dos astros, la imagen del Cisne amenazado y la música de Carmina Burana. En ese instante el cisne me hizo recordar algo que había leído sobre la obra de Orff. Carl recurre a una colección de cantos goliardos de los siglos XII y XIII, para inspirarse, y elige entre ellos, al azar, una serie de crudas canciones para, solistas y coros, que acompañados de instrumentos y mágicas imágenes, hacen que el oyente experimente la música como una fuerza primitiva y abrumadora.
Uno de los cantos goliardos, quizás el más representativo de Carmina Burana, es el ‘Cignus ustus cantat’.
...En otro tiempo yo vivía en el lago,
En otro tiempo yo era hermoso,
Cuando yo era un cisne...
...Ahora me encuentro en una bandeja
Y no puedo volver a volar lejos.
Veo dientes impacientes...
Se queja el cisne con un tono sorprendentemente humorístico para un texto del siglo XII.
Diez comensales es una escultura con vocación de instalación, en la que un cisne es víctima de la violencia como metáfora de la, a menudo, innoble relación del ser humano con la naturaleza.
Eduardo Gruber