Agrupémonos todos. Gregarismo, ocio y otros motivos de reunión
Ficha
Obras en exposición
Fotografías 27 Instalaciones sonoras interactivas 1
Videoinstalaciones 3 Esculturas 1
Instalaciones 1 Monitores de vídeo 2
Síntesis del proyecto
Continuando con su línea de programación de exposiciones temáticas colectivas, dedicadas a la creación artística más reciente de ámbito internacional, MARCO de Vigo coproduce, con ARTIUM de Álava, la muestra titulada “AGRUPÉMONOS TODOS. Gregarismo, ocio y otros motivos de reunión.”
El título juega con el estribillo de La lnternacional, el histórico himno de lucha por los derechos de la clase obrera, como reflexión acerca del significado de la reunión como potencialidad revolucionaria, contraponiéndolo a la masificación actual, vacía de significado u objetivo. En esto se basa el comisario, Javier González de Durana, para escribir el texto que abre la publicación de formato periódico que en este caso acompaña a la exposición en sustitución del tradicional catálogo.
La muestra reúne obras de un total de 19 artistas de 12 países, –en su mayoría fotografías, pero también vídeos e instalaciones– “agrupadas” bajo un denominador común: son imágenes de masas de gente, “retratos” colectivos y anónimos sin protagonista individual. Y en eso reside precisamente su gran fuerza expresiva. El poder visual y plástico de las multitudes en diálogo con el espectador.
Ciertamente, una exposición como AGRUPÉMONOS permite múltiples lecturas desde el punto de vista sociológico, histórico, político, literario, poético y visual. Lecturas que se combinan, en la mayor parte de los casos, con una visión irónica, humorística o amarga de nuestra realidad de fines del siglo XX e inicios del XXI.
El recorrido se inicia con la espectacular obra de Jerôme Lefdup, un ensayo visual sobre las masas basado en imágenes de archivos históricos, cuyo montaje deja traslucir la despersonalización de las multitudes. Lefdup articula las imágenes y refuerza su significado a partir de la música, de la que también es autor.
El cuerpo humano desnudo como motivo plástico, como argumento de la obra, ha estado presente desde los inicios de la historia del arte universal. Sin embargo, existe una diferencia entre el desnudo como sustantivo, el cuerpo humano como motivo estético, y la persona desnudada, despojada de sus ropas. Aquí se trata más bien de lo segundo. Los cuerpos desnudos o desnudados (Spencer Tunick, Zhang Huan, Mira Bernabeu), son el punto de partida para emitir mensajes o críticas sobre la cultura del espectáculo, los movimientos de masas, la alineación del ser humano en la sociedad de consumo, los comportamientos sociales, familiares o culturales; en suma, distintas visiones de la realidad en este siglo. En las fotografías de Tunick los cuerpos se juntan y se amontonan, poniendo en evidencia la cruda visión del ser humano como un “montón de carne” sin identidad ni pretensiones esteticistas.
Hay imágenes en las que los “protagonistas anónimos” aparecen uniformados, bien a través de un recurso técnico, del escenario, de sus gestos o atuendos. Eva Bensasson reflexiona sobre la anulación de los sujetos en la sociedad contemporánea, transformados en una colección de sombras, mientras Sylvie Blocher utiliza el contraste entre los cánticos proletarios y las melodías infantiles para sorprender al espectador. Andreas Gursky nos habla de los gestos disciplinados o frenéticos de las multitudes en escenarios laborales o de ocio. La uniformidad –aquí dramática– de personajes sin rostro está presente en las instalaciones de Magdalena Abakanowitz, obsesionada por la imagen de la multitud manipulada como un organismo sin cerebro, y actuando como tal.
Otras obras tienen que ver con la perspectiva, como los espacios de Daniel Canogar, en los que las figuras flotan en medio de una nada oscura y neutra, o las imágenes narrativas de João Tabarra, basadas en su experiencia de fotoperiodismo, o las de Olivo Barbieri, que utiliza perspectivas a vuelo de pájaro en las que los cuerpos se convierten en manchas informes. Esto contrasta con aquellas otras (João Onofre, Agustí Torres) en las que uno o varios de los individuos son “rescatados” de la multitud y, paradójicamente, se personalizan y a la vez se disuelven en el grupo.
Entre los motivos de reunión está el ocio (Massimo Vitali, Agustí Torres), que refleja a una sociedad cada vez más anónima y solitaria, falta de privacidad. Y es precisamente soledad la sensación que transmite la imagen poética de Sergio Belinchón, en la que los cuerpos se confunden en un ambiente de fría placidez. Está también el ocio cargado de referencias simbólicas de Marcos López o de Adi Nes, que subvierten el icono de la última cena y lo trasladan a una escena de parrillada campestre o a una cena de soldados del ejército.
A veces las multitudes están presentes a través de su ausencia, como en la obra de Claude Levêque, que utiliza dos signos opuestos nacidos en la misma época, y dirigidos a las masas: uno icónico (Mickey Mouse) y otro escrito (“el trabajo os hará libres”, la conocida frase que campeaba sobre la puerta de ingreso de Auschwitz).
La muestra no sólo incluye obras fotográficas, sino también vídeos y una instalación interactiva, la de Hiroyuki Matsukage, en la que el espectador se convierte por una vez en verdadero protagonista, disfrutando de los cinco minutos de celebridad que prometía Warhol.
Artistas
Adi Nes
Agustí Torres
Andreas Gursky
Claude Levèque
Daniel Canogar
Eva Bensasson
Hiroyuki Matsukage
Jerôme Lefdup
João Onofre
João Tabarra
Magdalena Abakanowicz
Marcos López
Massimo Vitali
Mira Bernabeu
Olivo Barbieri
Sergio Belinchón
Spencer Tunick
Sylvie Blocher
Zhang Huan
Texto curatorial
La primera estrofa de La Internacional, el histórico himno de lucha por los derechos de la clase obrera, dice: "Arriba, parias de la tierra; en pie, famélica legión...". Durante más de un siglo ese canto concitó las esperanzas y anhelos de quienes, por sufrir las injusticias de un cruel sistema económico, se propusieron cambiarlo políticamente a pesar de los esfuerzos y penalidades que por ello debieron sufrir. Frente al individualismo y la depredación egoísta del capitalismo liberal, "los internacionalistas" predicaban la solidaridad y el destino social de los beneficios generados por el trabajo. Desde el principio de su universalista canción, animaban a los más pobres y desheredados de la tierra, a todos y de todo el mundo (aunque implícitamente aludieran a los obreros de la industria, por tener más fácil acceso a la “toma de conciencia”), a levantarse de su postración para lograr sus objetivos. El estribillo del himno exhortaba a la unión para así alcanzar el éxito en la batalla ideológica, “de clases”, que los sojuzgados habían de entablar contra el capital en busca de otro modelo político y económico: “Agrupémonos todos en la lucha final y se alcen los pueblos con valor por La Internacional”.
Como declaración "socialista", tras la irrupción de los regímenes comunistas con los que supuestamente se habría accedido a lo prometido por el himno, La Internacional quedó referido casi en exclusiva a esta clase de circunstancia y situación política, hasta el punto de que los diversos partidos socialistas poco a poco fueron abandonando su música y letra. Por ello, una vez desmoronados los estados comunistas, únicos que seguían entonándolo a pesar de ejercer exactamente lo contrario de lo que en él se predica, el himno pasó al cuarto trastero de las arengas musicales políticas arrumbadas, junto al Cara al Sol, la Bandiera Rossa y tantas otras. Aunque el proyecto político de "los internacionalistas" haya quedado postergado, en las sociedades post-industriales de Occidente ya no existe aquella evidente legión de famélicos parias. Lo son, en todo caso, los emigrantes de países empobrecidos por la mala descolonización y los regímenes dictatoriales, y, sobre todo, lo son aquellos que viven dentro de esos países. En las sociedades del Primer Mundo, se pretende un poco más de respetado, puesto que este "capitalismo de rostro humano" no soporta bien la proximidad de la miseria y la desgracia. Su inmediatez crea mala conciencia, aunque no si se encuentra en otro continente.
Algunas metas de igualdad perseguidas por “los internacionalistas” parecen haberse alcanzado, paradójicamente, bajo el paroxismo de la globalizada sociedad de consumo actual. Pero es sólo una máscara que uni-forma colectivamente al tiempo que de-forma al individuo, que iguala la piel al tiempo que convierte la ideología en grotesca mueca. Pero ¿quiere esto decir que la gente ya no necesite reunirse en grandes concentraciones para alcanzar un fin que les reporte mayor felicidad, lograr un objetivo que les trascienda o olvidar otro tipo de miserias menos visibles, al menos por un momento? e incluso ¿que no prefiera dedicar sus esfuerzos de grupo a tareas intrascendentes en lo colectivo pero satisfactorias en lo individual? De hecho, la gente no hace sino aglutinarse en masas, pero no para librar luchas épicas, aunque también si ello es preciso, sino, en todo caso, para olvidar conflictos cotidianos. El mundo del espectáculo, de la moda impositiva, de la corrección política, del consumo compulsivo, del relativismo moral y del simulacro fantasioso ¿no oculta o sublima una anemia psíquica y una anorexia vital que afecta también a legiones de individuos?
Esta exposición se acerca a los hijos, nietos y biznietos (alimentados, aunque quizás no bien nutridos) de quienes, tiempo atrás, entonaron con fe y convicción canciones utópicas de igualdad, justicia y libertad, y propone que el espectador se pregunte a sí mismo a dónde van o en qué se transforman algunos sueños políticos y sociales. Se introduce la exposición con un sobrecogedor documento realizado por Jerôme Lefdup, entre el testimonio histórico, la creación artística y el comentario irónico, con el que, como un vendaval, hace repaso indiscriminado –y visualmente muy plástico– de los diferentes tipos de multitudes y muchedumbres que convirtieron el siglo XX en la época del individuo como ser masificado y de la masa como entidad individualizada. Se muestran ciertos comportamientos actuales de grupos de gentes, unos para mostrar cómo se han enanizado y deformado los sueños igualitaristas desde Lenin hasta Disney (Sylvie Blocher), otros para mostrarse remotos e irreconocibles como miembros de “politburos” que, desde el mercado y la empresa internacionalmente global, dirigen el mundo hacia la uniformidad (Andreas Gursky), otros, por el contrario, para tomar singularidad adelantándose el personaje hasta alcanzar el primer plano pero repitiendo una misma frase, orgullosa y heroica, pero aprendida (Joâo Onofre) o para adelantándose el visitante de la exposición hasta un micrófono recibir el aplauso indiscriminado de un público inerte (Hiroyuki Matsukage), otros para, diluyéndose voluntariamente en los demás, lograr una mínima victoria sobre lo Natural (Zhang Huan) o lo Artificial (Spencer Tunick), y otros, haciéndolo involuntariamente, lograr que la victoria sea para el mercado del ocio globalizado (Massimo Vitali), otros para, ante preparativos gastronómicos, repetir gestos que han perdido significado pero posibilitan participar de una comunión transitoriamente liberadora (Marcos López, Adi Nes), y otros para preguntarse a dónde hay que ir para asistir o tomar parte en el siguiente espectáculo, cultural o político, (Mira Bernabeu), junto al cierre del ciclo con otra imagen “disney” puesta en paralelo con otra proclama igualitarista (“el trabajo os hará libres”), la que cruelmente recibía en Auschwitz a millones de personas que iban a morir por los delirios de otro totalitarismo (Claude Levêque), para desembocar en un tipo de agrupación “post-mortem” (João Tabarra). No faltan quienes en estas circunstancias, aun agrupados, se sienten desubicados o negados (Olivo Barbieri, Eva Bensasson).
Desde la industria del entretenimiento se ironiza sobre los sueños y los monstruos del siglo XX; mediante grupos de gente hierática o desenfrenada, se plasma el rostro nuevo de viejas estrategias alienadoras; y, sin embargo, individuo a individuo, haciendo fuerza en grupo, sigue siendo posible entonar un canto –oral y repetitivo, o corporal y silencioso– para cambiar la realidad.