THE SUSPENDED MOMENT es una selección de obras de la Colección H&F realizada por Hilde Teerlinck, comisaria de la muestra y directora del CRAC (Centre Regional d’Art Contemporain) de Alsacia, Francia, en colaboración con Han Nefkens, propietario de la colección. Tras su inauguración en la sede del CRAC Alsace en Altkirch, en 2005, la exposición viaja al MARCO de Vigo –su única presentación en España– para comenzar una itinerancia que la llevará durante los próximos años a Tailandia, Bélgica y Holanda. Esta muestra colectiva incluye pinturas, fotografías, vídeos, instalaciones y esculturas de una veintena de artistas de prestigio internacional.
En esta ocasión, el hilo argumental se adivina en el título de la exposición: ‘The Suspended Moment’ [el momento o el tiempo suspendido] hace referencia a la tensión, al suspense –en su sentido más cinematográfico– pero contrapone esta emoción, esta excitación, a la fugacidad y transitoriedad de un instante, jugando con una contradicción similar a la de los ‘ojos cerrados de par en par’ del título de la última película de Stanley Kubrick, Eyes wide shut.
“¿Qué ocurriría si pudiésemos detener el tiempo por un instante?”. En opinión de la comisaria, esta exposición ofrece una ocasión perfecta para ponerlo a prueba. Los artistas seleccionados parecen haberse planteado una pregunta similar. Son pintores, fotógrafos o escultores, pero comparten preocupaciones y visiones parecidas, y toman la vida cotidiana como punto de partida para un análisis más profundo.
No es casual que el trabajo de muchos de ellos se base en una cruda y a veces amarga realidad. Es el caso de la obra de Víctor Boullet, que nos muestra el interior de los quirófanos; momentos escalofriantes en un estado entre la vigilia, el sueño y la muerte. O de los delicados puzles de Felix Gonzalez-Torres, que a primera vista parecen juguetes inocentes, y que nos hablan del amor, del sentimiento de pérdida y de la fragilidad de la vida. Una aproximación poética similar protagoniza la instalación Deadheading [Hacia la muerte], de Otto Berchem. Sus flores yacentes representan una auténtica “naturaleza muerta”, cuya belleza y trágico final nos hacen reflexionar sobre nuestra efímera existencia.
La serie Blast, de Naoya Hatekayama, nos enfrenta a las explosiones violentas de una mina japonesa. Nos muestra cómo la industria moderna es capaz de destruir en un instante montañas centenarias, con cuyos restos se construirán autopistas y rascacielos. Como una meditación acerca de la condición humana, parece que estemos condenados a destruir nuestro pasado para construir un nuevo futuro. El vídeo de Fabien Rigobert registra un accidente de tráfico a cámara lenta, y estudia los sutiles cambios que se producen en el comportamiento de los protagonistas, mediante el análisis de emociones complejas como el miedo, la compasión, la tristeza, o el horror. Sam Taylor-Wood sigue un método de trabajo similar en su vídeo Strings, en el que el bailarín Ivan Putrov está literalmente suspendido en el aire y realiza una acrobática coreografía sobre las cabezas de un cuarteto de cuerda. La aparente precariedad de la situación produce una fascinación en el espectador, que se une a la sensación inquietante y agobiante de la fragilidad y vulnerabilidad del cuerpo.
Gerald van der Kaap, artista multimedia holandés, autor de la portada y contraportada del catálogo, encuentra su inspiración artística en su vasto archivo fotográfico, con una fuerte carga autobiográfica. Como espectadores, nos enfrentamos a una especie de “post-imágenes” virtuales que, sin embargo, conservan la tensión original.
Otras obras requieren de la participación del público para ‘cobrar vida’, como la instalación de Erwin Wurm Hold your breath and think about Spinoza [Contén la respiración y piensa en Spinoza], de la serie One-minute sculptures [Esculturas de un minuto]. En esta ocasión se invita al espectador a sentarse sobre un pedestal y meditar, siguiendo las instrucciones del artista. Diana Thater emplea una estrategia similar: su videoinstalación White is the Colour interactúa con el espectador y le fuerza a convertirse en parte integrante de la misma, moviéndose delante de una luz blanca de neón.
Al igual que Thater, Roni Horn muestra una obsesión por los cambios más pequeños e imperceptibles de la realidad, con trabajos cuya meticulosidad y precisión parecerían más propios de un científico, pero que en realidad subrayan la importancia de la mirada, la observación y la percepción. Algo fundamental en las propuestas de Karin Sander –reproducciones a escala 1:10 de seres humanos u objetos– que mediante un sofisticado escaneado en 3D congela el tiempo y crea una copia perfecta de sus modelos.
El homenaje de Angela Bulloch al artista conceptual francés Cadère se basa también en la tecnología. Los colores cambiantes de sus cajas de luz, realizadas en madera o plástico y capaces de producir 16 millones de colores, tienen algo en común con los delicados cuadros de Prudencio Irazábal –único artista español en la exposición– o de Bernard Frize, dos creadores que parecen compartir un mismo interés por la influencia de los colores en la mente. Sus lienzos se basan en intervenciones minimalistas, furtivas, como objetos frágiles que podrían desaparecer en cualquier instante.
“Una gota de pintura en el suelo, casi sin secar”: así define Thomas Rentmeister sus esculturas de poliéster; y en efecto, parece como si acabasen de llegar y sólo fuesen a permanecer sobre el suelo por poco tiempo. Su superficie suave y brillante invita a tocarlas, aun a riesgo de que se disuelvan inesperadamente. Una sensibilidad similar se percibe en las fotografías de Jörg Sasse, muchas de cuyas imágenes reflejan una extraña combinación de velocidad y paz. Los paisajes de Hrafnkell Sigurdsson también parecen tranquilos y en paz, hasta que sucede algo que nos demuestra nuestra vulnerabilidad.
Las fotografías de Paul Kooiker parecen imágenes borrosas de un fotógrafo aficionado, y sin embargo son resultado de una estrategia muy precisa para captar momentos fugaces y furtivos de sus modelos. También los Little Children de Jeff Wall –una obra concebida en colaboración con Dan Graham y destinada a un pabellón infantil– tienen la apariencia de retratos publicitarios, y sólo tras una mirada más atenta detectamos la presencia de helicópteros militares bajo el bonito cielo azul. La forma de estas cajas de luz nos remite a la obra de Dan Graham en esta exposición, una pieza que invita a la meditación a través de tres puertas abiertas, invisibles y transparentes durante el día, que se transforman milagrosamente bajo la luz de la luna.
Instantáneas fugaces, variaciones de un mismo movimiento, imágenes indefinidas, reflexiones sobre la vida cotidiana o sobre la fragilidad de la existencia... En palabras de la comisaria, THE SUSPENDED MOMENT es una muestra que, tal como su título sugiere, hay que experimentar:
“Y debe ser una experiencia subjetiva, porque apela a la sensibilidad de cada cual. Se compone de fragmentos y momentos seleccionados por cada uno de los 20 artistas, con una visión muy personal. Me gustaría invitar a los espectadores a que se tomen su tiempo, hagan una pausa, y dediquen al menos ‘un minuto’ a descubrir la posición individual de cada uno. Porque... no se puede recordar lo que se elige olvidar”.