“De repente, como si supiera en qué estoy pensando, me mira y esboza una sonrisa burlona, realmente sardónica. A veces tiene un aspecto terrorífico, como si poseyera fuerzas misteriosas, sobrenaturales. Me pongo a pensar en si él me ocultaría ese tipo de poderes y es evidente que la respuesta es SÍ. ‘Walter, eres un cabrón’, me digo, y le devuelvo la sonrisa sardónica.
La cerveza está buenísima, porque no está demasiado fría y de la botella se desprende incluso un leve y reconfortante olor-a-la-patria-está-a-la-vuelta-de-la-esquina”.
Denis Mikan, “Das Licht bleibt draußen”, en Zum Glück gibt's Österreich [Joven literatura austriaca] Berlín, Ed. Gustav Ernst & Karin Fleischhanderl, 2003
No resulta fácil delimitar los factores del sentimiento de apego a la patria sobre el que escribe Denis Mikan en su relato Das Licht bleibt draußen [La luz queda fuera]. Como causa directa, Mikan menciona las botellas de cerveza que se producen en una fábrica local. Pero las cervezas también podrían conseguirse en otra parte. Entonces, ¿se trata tal vez del lugar, ese lugar que llamamos ciudad natal, o quizá del bar de toda la vida? La escena se desarrolla en un cálido domingo de verano en Viena, en la terraza interior del Café Europa, situado en la calle Zollergasse, en un barrio próximo a la estación de trenes del oeste y a la animada zona comercial de Mariahilfer Straße. ¿O son las personas implicadas las que generan ese sentimiento de estar en casa? ¿el narrador en primera persona o su amigo Walter? ¿se trata de su relación amistosa, social? ¿de las sonrisas, las sospechas, la desconfianza, los insultos que –tal vez como algo típico en Viena– se dicen a la espalda? ¿la familiaridad? ¿las vivencias compartidas? Sólo hay una cosa segura, y es que ese sentimiento de que “la patria está a la vuelta de la esquina” ha sido desencadenado tanto por la bebida de fabricación local como por la mirada a Walter.
Para obtener una o más respuestas, analizamos el arte contemporáneo que trabaja con el medio fotográfico. La fotografía, en la que se centra esta exposición, es generalmente considerada como el medio más próximo a la realidad, pero las perspectivas son tan diversas como los materiales empleados (...) En la medida de lo posible, a través de las obras de catorce artistas se presentan visiones de todo el país; no sólo de Viena, la capital, sino también de los distintos estados federados, las personas, los paisajes, los edificios y los objetos.
En relación con la temática austriaca, es interesante constatar que la única vista famosa del país que aparece en esta exposición, la de la fortaleza de Hohen Salzburg, sólo es posible mediante la metódica refracción de Lois Renner y, por tanto, está reproducida de forma indirecta. Hoy en día, los artistas parecen evitar las panorámicas tipo “postal”. La manera en la que Renner emplea una imagen de ese tipo –el castillo ya era un motivo popular entre los pintores románticos de paisajes– le sirve para posicionarse como artista y para introducirse con decisión, a través del medio de la fotografía, en la tradición de la pintura. Respecto al tema “Austria”, los otros artistas dirigen su atención a la vida diaria, a la población austriaca, a lugares anónimos o al propio mundo del arte. Por consiguiente, se trata del ámbito con el que se relacionan a diario. Cuando aparecen en las imágenes personalidades de la política o de la alta sociedad, se presentan interpretados a través de los medios de comunicación, como en el caso de las obras de Elke Krystufek. Así, el arte más reciente tiene lugar más allá de ese ámbito de la fama. Desde esa distancia, Helmut Kandl comenta la política actual, o Norbert Becwar, entre otros, habla del pasado de Austria.
Los motivos de dos de los catorce artistas incluidos en la muestra –Muntean/Rosenblum y Eva Schlegel– no pueden atribuirse específicamente a Austria. De este modo se aborda la posibilidad de intercambiar lugares y personas que se corresponde con la idea de la globalización de la sociedad. Por el contrario, y aun con toda su internacionalidad, sí hay un reflejo de la patria en la imaginería de los demás artistas, aunque, por ejemplo, en la serie Brothers & Sisters de Erwin Wurm sólo nos percatemos de ello en una segunda mirada.
Si aceptamos la hipótesis de que existe un arte y una historia del arte austriacos, se distinguen dos tendencias dentro de la tradición, que todavía hoy influye en los artistas: por una parte, el diálogo con el accionismo que se refleja en las imágenes como acciones performativas, y en relación con ellas, la concentración en el cuerpo, incluyendo el cuerpo desnudo, como en la conocida obra de Elke Krystufek. Por otra, el interés de Friedl Kubelka y Norbert Becwar por la psicología, que se enmarca dentro de la tradición de Sigmund Freud.
[Volviendo al texto introductorio], no he mencionado que ni Walter ni Denis son austriacos de nacimiento. Uno de los padres de Walter es ruso y Denis procede de la antigua Yugoslavia. La inmigración proveniente de esos países es habitual en Viena –Peter Dressler nació en Rumanía– y, sin embargo, surge la pregunta de si el sentimiento de Austria como patria puede ser auténtico en alguien que no ha nacido allí. Al menos, así se explicaría en parte la expresión “olor a la patria está a la vuelta de la esquina”.
Todavía queda por responder la pregunta de qué se entiende por patria. El arte antiguo clasifica la historia del arte por paisajes artísticos que con frecuencia se refieren a regiones o comarcas. Se justifica la pertenencia a uno de ellos mediante los motivos y la forma de representación, así como la composición, pero también mediante el color y la vinculación estilística con la historia del arte local. La clasificación se basa, además de criterios de contenido, en criterios estéticos y científicos. No obstante, esos son también los motivos para que doce de los catorce artistas de esta exposición puedan adscribirse a Austria. Contra las declaraciones –consecuencia de la globalización– de que el mundo es una “aldea global” y la tierra un crisol de culturas, la idea que se extrae de esta exposición es que el lugar en sí ejerce un influjo decisivo. El antiguo concepto de paisaje cultural puede volver a emplearse con total propiedad todavía hoy: la cultura avanza y evoluciona mediante nuevas inspiraciones que obtenemos de los viajes o de los estímulos de la inmigración. En última instancia, la conclusión es que la mezcla actual de la cultura austriaca constituye un paisaje cultural con personalidad propia.