BREVE RECORRIDO POR SALAS
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Entre 1921 y 1925, Laxeiro vive en Cuba. Durante su estancia en La Habana, ve exposiciones de Ignacio Zuloaga y Jesús Corredoyra. Laxeiro es todavía niño, pero retiene imágenes e ideas. Años más tarde, siendo ya pintor maduro, señala: “Estas exposiciones fueron las que me hicieron estremecer en todo lo que llevo de pintor en mi ser”. Sea más o menos literal el recuerdo, señala a Zuloaga y Corredoyra no como compañeros sino como punto de arranque para pintar, consciente de lo que ya habían conseguido ellos. Pintores hechos frente a quien se inicia, se sorprende y realiza sus primeras selecciones; pintores densos, de carnes, de color y sombras.
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Autorretrato e iconografía. Los autorretratos delatan, con frecuencia, los anhelos del pintor: algunos, siendo jóvenes, se retratan maduros, afirmando quizá la condición que quieren alcanzar. Laxeiro se refleja fiel a su momento y al lenguaje de su pintura. Lo que define pronto son sus temas iconográficos predilectos, a los que vuelve en distintos momentos: la vida, la pintura, el carnaval, los niños, los músicos, las escenas familiares, la síntesis de relatos populares reales o ficcionados, los retratos, la pintura de gesto, la mancha, el color… Imágenes de composición cerrada, con algo de relato teatral, de escena que arranca ante nuestros ojos.
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Los años treinta y el contacto con pintores cercanos, de preocupaciones afines. Época en la que se fijan modelos, formas de pintar, iconografías e ideario. La pintura como mandorla y la nube como composición, el apoyo en el trazo del dibujo. La relación entre las figuras y entre ellas y el paisaje o la arquitectura: las referencias a lo rural, a la escultura románica. Pintar Galicia, definir un nuevo arte gallego, asumir un compromiso estético y político. Revisar la tradición con el deseo de dar un paso hacia las nuevas propuestas. Temas afines y un vínculo común (Galicia, sus valores), en un intento de representarla de un modo nuevo, menos costumbrista, gracias al lenguaje de la pintura.
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La construcción del cuadro, la elección de los materiales. En Laxeiro hay un debate entre figuración (necesidad de pintar por capas, matizando) y gesto libre (su facilidad como dibujante, haciendo correr el pincel). Lo resuelve al descubrir que la clave es la composición, la estructura interior del cuadro, algo que intuía cuando los empezaba por el dibujo. Ágil y rápido para ver, se fija en el románico, en el paisaje gallego (las montañas), y plantea una propuesta personal, de composiciones abigarradas, de adaptación al marco, de imágenes que se apoyan y justifican en la relación que mantienen. En su pintura, las figuras tienen peso y se anclan en la tierra, como esculturas hechas de densidad.
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Frente a la imagen de Laxeiro como personaje alegre, pintor de lo cotidiano, de lo próximo, su pintura es densa y dramática, como la fiesta popular. Lo popular es alegría y celebración, pero también drama, dolor, una línea muy unida –vivida– en el mundo rural, en los dichos y proverbios, en la religión, en los símbolos, en los juegos, en los cuentos y fabulaciones, en la literatura, en ese lenguaje oral del que se nutría Laxeiro. Como en las obras de los grandes novelistas de los que fue amigo, en las pinturas de Laxeiro conviven escenas, escalas, acciones, relatos, pero todo regido por un orden aparente. Y suceden muchas cosas en el interior del cuadro.
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Todo artista tiene sus “afinidades electivas”. Laxeiro reconoce su alegría cuando ve o coincide con Gutiérrez Solana, Vázquez Díaz o Benjamín Palencia, a los que podemos sentir cercanos por defender la independencia de sus propuestas: en apariencia más próximo el modo de pintar de Solana, mientras Vázquez Díaz muestra composiciones que asimilan un cubismo casi cálido, paisajista, o Palencia la paleta de un paisaje diferente. O encuentros, como la manera de estructurar el cuadro de Torres García junto al pintar orgánico de Maruja Mallo, que permiten entender la contemporaneidad de los cuadros que Laxeiro plantea como retablos o vidrieras.
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Rembrandt y Goya son dos referentes intemporales para Laxeiro. Rembrandt y la densidad de la pintura, el gusto por la materia, por el matiz. Pintar añadiendo capas, pintura de carnes y apariciones. La actitud de Goya pintando escenas cotidianas a las que añade sentencias, detenerse en lo que la imagen dice e insinúa. El gusto por ver aparecer la pintura, el interés por opinar desde la pintura. Y junto al pintor que busca e investiga, el dibujante ágil, rápido y seguro, con puentes con Castelao y Seoane.
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Entre 1950 y 1971, Laxeiro vive en Buenos Aires y su pintura se hace más libre en el gesto, pero densa y expresiva, hasta dialogar con naturalidad con las propuestas informalistas europeas. Frente a la dimensión de Saura, la cercanía de Canogar a la grieta, al grito, pero también al homenaje a Rembrandt, los retratos, las cabezas de Laxeiro delatan sus devociones (como le ocurre a Seoane en su famosa carpeta de grabados). Difícil imaginar un grupo que señale mejor una época y el carácter individual de la propuesta de Laxeiro.
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Frente al empeño localista por encerrar a un artista en un lugar, en una geografía, atreverse a analizarlo desde su práctica de la pintura. ¿Por qué no ver a Laxeiro como un raro al estilo Derain? Un pintor que pinta lo que quiere, que vuelve sobre sus temas y escapa hacia lugares complicados. Que si mira a Picasso es capaz de unir el drama del Guernica con la sensualidad de sus figuras más clásicas; que no parece desdeñar al último De Chirico o a Picabia. Una vez establecida una historia oficial del arte gallego, que por oficial no deja de asumir cierta borgiana infamia, ¿por qué no mirar de frente la obra y detenerse en lo que siempre queda en los márgenes?
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¿Y si buscamos orden en el Laxeiro más suelto y colorista? Ese que es consciente de su facilidad, de su dominio, y pinta “como si nada”, como quien pasea, como quien habla o dibuja. Otros artistas cercanos se apoyan en la fuerza del color, o en la composición, incluso en cierta geometría manual, cálida, de collage. Laxeiro como “pintor viejo” (Tiziano, Matisse), atrapado por la pintura, convertido en pintura. Durante años se esforzó en componer obras cerradas, que apoyaba con frecuencia en un grueso dibujo previo, y con la madurez sabe que pinta incluso en el aire, que es pintura.
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Si la pintura fuera un recorrido lineal, juzgarla sería más fácil. Afortunadamente no lo es, y lo atractivo es revisarla según los criterios de cada época. Laxeiro es autor de cuadros incontestables, con independencia de su época, tamaño o factura, y de un runrún de dibujos y pinturas que le garantizan el eco de la cercanía. Cuando se selecciona vemos que el mismo pintor busca definir un cuadro y ajustar una composición, pero en la madurez es capaz de deconstruir la imagen sin rebajar la pintura, quizá de forma inconsciente, por seguir investigando. Las multitudes de Grosz, las batallas de Paolo Uccello, las fugas de Ensor: los laxeiros en Laxeiro.