“Esta exposición tiene que ver con una forma de entender la pintura basada en la transformación del género pictórico. La tesis principal parte de la constatación de que la pintura ha dejado de ocupar una posición central, sólida, en el arte contemporáneo, siendo desplazada por otras disciplinas más recientes como el videoarte, la fotografía, la instalación, etc. Se ha hecho vulnerable, frágil; pero este cuestionamiento, lejos de debilitarla, ha sido para la práctica pictórica un estímulo de cambio y desarrollo.
Desde hace aproximadamente un siglo, la pintura ha sido declarada muerta en diferentes momentos y por diversos motivos: por ilusionista, por estar asociada a un sistema de mercado, por no ser soporte de ideas sino tan sólo ofrecer sensaciones... En la pasada década, tras la eclosión de las transvanguardias pictóricas de los años ochenta, resurgieron tales posiciones. Uno de los argumentos que contra la pintura se ha esgrimido es el de su excesiva carga cultural. Según este pensamiento, al provenir de una situación de primacía en la jerarquía de las artes, no es capaz de descargarse de las connotaciones que tal posición conllevaba: autoridad, propiedad; y esta situación delimitaría un campo estético definido, cerrado, que parece imponer unos límites formales y conceptuales. Estos se transmitirían de manera inconsciente e insidiosa: sin darnos cuenta, pintaríamos con recursos y estéticas heredadas, lo cual priva al medio de capacidad de sorpresa, de posibilidades de renovación. Siendo tal argumentación de orden cultural, y no refiriéndose a condiciones materiales de lo pictórico, se invalida en el momento en que la pintura se desprende de esas connotaciones. Para ello, el artista actual debe ser capaz de desmontar esa jerarquía, trabajando con la pintura en un plano de igualdad con los demás recursos artísticos. Por eso es tan importante el modelo del artista multimedia: porque deshace la estructura de los géneros artísticos y su potencial jerarquización.
La pintura es, entonces, adecuada en el momento en que la consideramos un medio más, no un fin en sí misma. Los artistas que participan en esta exposición no toman la pintura como motivo central de su pensamiento creativo, no trabajan en una esfera de lo estrictamente pictórico, no defienden una esencialidad del género (de hecho, la mayoría de ellos trabajan simultáneamente en otros territorios del arte). Son artistas que usan la pintura, como la fotografía o el vídeo, con una finalidad determinada y en función de sus cualidades físicas, visuales y culturales. Por ello, no se trata aquí de un problema de técnicas o formatos, sino de actitud.
El problema de los medios se relaciona con otro de los cuestionamientos que de forma recurrente se han venido haciendo a la pintura: se le critica por su estatismo, su configuración estable, su fisicidad. Según esta visión, tales caracteres inherentes a la pintura la incapacitan como vehículo de aspectos de la realidad contemporánea ligados a lo fragmentario, lo cambiante, lo virtual, como los medios electrónicos o las redes de información. Mi propuesta rechaza esta polarización dual de conceptos estéticos –material contra virtual, inmediato contra mediado, estático contra temporal– con que a menudo se sentencia a uno u otro género artístico.
Igual que una película puede transmitir sensaciones de estatismo y materialidad –pensemos, por ejemplo, en las calidades matéricas y el tempo contemplativo del cine de Tarkovsky– también un medio estático y material como la pintura puede ser usado para aludir a realidades fugaces e inmateriales. Así, la pintura que aquí se expone no se presenta como una alternativa a los medios tecnológicos o a las artes temporales, sino que dialoga con aquéllos y éstas, integrándose con todos ellos en un espacio interpenetrado de relaciones culturales.
En este sentido, esta exposición pretende, también, contribuir a la creación de un panorama normalizado, en el que la pintura se entiende como una opción estética y técnica más dentro de los recursos del arte contemporáneo. Es en parte debido a esta voluntad por lo que la exposición se ciñe estrictamente al género pictórico (si bien entendiendo éste en el sentido ampliado en que lo coloca la contemporaneidad), evitando el recurso habitual de modernizar una exposición de pintura introduciendo algo de vídeo, un poco de instalación, mucha fotografía.
La obra se crea, así, en una transacción, en un intercambio con el entorno artístico y cultural; no es una obra ensimismada, silenciosa, sino más bien extravertida, a veces ruidosa. El diseño, la ilustración, la publicidad, la televisión, la fotografía, el cine, la sociología, la arquitectura, el urbanismo, están implícitamente presentes en esta exposición tanto como el propio medio pictórico lo está de manera explícita.
Como consecuencia de esto, la heterogeneidad, la hibridación, la mezcla, siendo ideas, actitudes y prácticas culturales características de la actualidad, están también presentes en esta pintura. Los estilos se yuxtaponen y superponen libremente, las imágenes son apropiadas, manipuladas y devueltas a la esfera de lo público, los conceptos son reutilizados, reciclados, en ese proceso continuo de postproducción que describe Nicolas Bourriaud.
Esta forma de entender lo pictórico se inscribe en un nuevo modelo de dinámica artística que propongo, basado en la idea de mutación. La mutación es un proceso azaroso de transformación genética, que posibilita la evolución de las especies gracias a su adaptación al medio. La dinámica de avance vanguardista llega a su final en la posmodernidad, momento en que es negada la posibilidad de progreso en el arte. Por contraste con este pensamiento, la metáfora de un arte mutante afirma la posibilidad de cambio; pero no un cambio autónomo, de signo idealista y utópico, como el que subyace al proyecto de las vanguardias, sino una evolución ligada a la transformación inevitable de la sociedad. La pintura, como ente mutante, desarrolla estrategias de adaptación a un contexto igualmente dinámico y es, a la vez, capaz de cooperar en la transformación de este escenario.”