“Lo antropomórfico” reúne una amplia selección de esculturas en las que Francisco Leiro otorga cualidades o rasgos humanos a animales o cosas, de sus piezas menos narrativas.
Si bien no es una muestra retrospectiva, incluye obras realizadas entre 1986 y hoy porque, desde hace décadas, sus exposiciones son, a la vez, un repaso a sus claves y una muestra de sus últimos trabajos. Leiro entiende cada ocasión como un reto, un desafío, en el que lo primero que se plantea es cómo ocupar el espacio. Recorriendo las salas imagina qué obras mostrar e incluso el modo de hacerlo, y de esa primera imagen surge el boceto de una propuesta que luego debate pero que suele ajustarse mucho al resultado final.
Leiro se dio a conocer a finales de los años setenta, con obras de una figuración calificada de surrealizante por su libertad formal e iconográfica, aunque es en los ochenta cuando alcanza un reconocimiento que no ha dejado de crecer. En unos años de exaltación pictórica, expresiva, de gesto, materia y mucha facilidad para convocar imágenes, es de los escasos escultores de su generación que logra hacerse un hueco en exposiciones y debates. Mientras unos le reconocen haber sabido investigar en la tradición local para plantear un lenguaje personal, su curiosidad le lleva a investigar en el origen de soluciones formales muy distintas, empezando por las más próximas, como son el románico o el barroco gallego, pero siempre en relación con las propuestas contemporáneas.
La arquitectura, el diseño o civilizaciones alejadas de su entorno son también objeto de su interés, analizando siempre cuestiones tridimensionales: la firmeza de las edificaciones de costa, una presencia a la que el ser ruinas le añaden un elemento mágico, simbólico; el movimiento que introduce Simón Rodríguez en sus fachadas y retablos, llevando los pesos a la parte superior; el modo casi íntimo con el que Asorey conjuga lo monumental y lo próximo, su manera de trabajar las escalas; la brusca monumentalidad de la escultura mexicana; el modo de funcionar de los objetos cotidianos… La actitud de Leiro es de conversación, de diálogo: con la escultura histórica y con la actual, vistas siempre en directo; su análisis, metódico y visceral.
Al final, pese a la fuerza local de algunas claves para entrar en su trabajo, la obra de Leiro, junto a las de Juan Muñoz, Thomas Schütte o Stephan Balkenhol es imprescindible para entender las salidas de la mejor escultura figurativa europea del final del siglo XX.
Entre los elementos que definen e individualizan claramente su obra está la presencia de una especie de tradición oral (también visual, por supuesto) en el origen de muchas de sus composiciones. Y de la mitología, culta y popular, de dichos y proverbios, del conocimiento desde lo rural: pocos escultores tienen su capacidad, incluso su facilidad, para llevar a lo tridimensional esa especie de haikus de la paradoja que son los nombres e historias populares. Menos aún los que saben radicalizar su propuesta por defender su contemporaneidad.
En 1991, cuando realizó un balance de su obra, la agrupó en tres bloques: figuras, esculturas y cosas. Consciente de que muchas podrían estar amparadas en varias categorías, lo que defiende son las intenciones, los debates que encierran. El sentido más narrativo de las figuras, los problemas tridimensionales resueltos desde la escultura, las obras que tienen mucho de objetos.
Las reunidas en “Lo antropomórfico” tienen su punto de arranque en sus viajes a México, en el momento en que decide abrir estudio primero en Madrid y después en Nueva York, buscando nuevos diálogos y estímulos. En México le sorprende la escultura azteca, sus formas quebradas, su dureza, incluso su natural crueldad. Empieza a plantear obras esquemáticas, que reúnen situaciones de enfrentamiento, de dolor: la lucha entre el cuerpo orgánico y el elemento metálico que lo atormenta, en los jamoneros; el cuerpo roto, quebrado, al caer sobre una piedra, caso de Carroña y origen de esculturas posteriores. O la serie de pavitas, que arranca con Guajolote, que se apoyan en tres puntos, en una solución que les da al tiempo dinamismo y estabilidad.
En esta exposición, pensada para el MARCO, Leiro preparó obras con las que responder, a veces desde la paradoja, a sus peculiares espacios; no en vano es uno de los escultores con más sentido del espacio, con más soltura urbanística.
Miguel Fernández-Cid
Comisario de la exposición